Chema acaba de comprarse un perro porque ha leído en el periódico que un perro le ha salvado la vida a su dueño mientras cruzaban la calle: “Un motorista ha resultado herido de gravedad al atropellar con su vehículo un perro al que paseaba su dueño. El dueño del perro se ha salvado in extremis del accidente gracias al perro que, atado como lo llevaba, se interpuso entre…”
Si no fuera por esas manías que viene desarrollando desde que se prejubiló, Chema sería un hombre interesante.
Matías, el camarero del bar de enfrente, siempre le saluda y le pregunta alguna trivialidad esperando la fascinante respuesta de Chema, que nunca lo defrauda. Viene recopilando mentalmente una larga retahíla con la que entretiene a los clientes habituales.
– Por ahí va Chema. ¿Con un perro? -comenta Matías mientras pasa un trapo-. ¡Qué cosas!. El otro día me preguntó si yo le veía cara de enfermo.
– ¿Y eso? -pregunta Mariano, el de la librería-.
– Dice que lleva una semana muy mala. Que sueña con la muerte. Y que, por mucho que friega y limpia su casa, hay una mosca o dos que siempre se le posan en la cara. Y, por eso, presiente que algo malo le va a suceder.