Hoy ha salido en algún telediario y en más de un periódico el caso de un niño que parece ser que ha sido golpeado por tres alumnos del mismo instituto, de El Algar, en Cartagena (a pocos kilómetros desde donde escribo).
Hace unos meses, en marzo, al calor de las primeras noticias de violencia escolar, escribía yo (conflicto en las aulas) que de entre las posibles salidas a un conflicto escolar (no hacer nada o arreglar un conflicto a caponazos), era necesario que todos los agentes involucrados en la educación escolar participaran activamente. Aún no estamos en esas, pero desde el curso escolar pasado a este, se han venido elaborando Planes para la convivencia escolar.
Al margen de que quizá solo exista un plan de convivencia “modelo” que se hayan podido fotocopiar todos los directores de centros cambiándoles el nombre del centro, me parece muy bien que se empiece a difundir la idea de la necesidad de que estos planes de convivencia son necesarios. Habrá que analizar en qué consisten y cómo se aplican, que esa es otra historia, bastante interesante. Adelanto que no son sino herramientas de negociación entre todos los agentes implicados en la violencia que se produzca, sea puntual o crónica.
Pero me pregunto, ¿a qué puede responder que estén saliendo últimamente en los medios de difusión de ámbito estatal tantos casos de supuesta violencia en las aulas?
Por un lado, me respondo que es simple carnaza que vende bastante bien en un momento en que o bien faltan noticias (como sucede en períodos vacacionales) o bien interesa ocultar alguna otra (qué se yo, las negociaciones con ETA, la visita de Obiang, etc) con una cortina de humo.
Pero por otro lado, también me respondo que puede haber alguien interesado en que esos planes de convivencia, necesarios sin duda, empiecen a desarrollarse a marchas forzadas (por las anteriores o por otras razones, vaya ud a saber). Y qué mejor manera que estimular la sensibilidad de las familias hacia la violencia que sus hijos e hijas pueden estar sufriendo en los centros educativos para conseguir que éstas presionen a los equipos directivos para que estos no tengan otra salida que poner en marcha esos planes de convivencia.
Cualquiera de las razones me parece mal. Primero porque lo que están consiguiendo este tipo de noticias es que realmente haya madres y padres que estén “a la que salta” ante cualquier mínimo indicio de violencia que puedan estar sufriendo sus hijos, lo que en poco o en nada ayuda a que haya un debate y una toma de decisiones serena, ante la inminente implementación de un plan novedoso en el entorno escolar. Segundo, porque este clima hace que los equipos directivos de los centros educativos estén más pendientes de lo que sucede fuera de las aulas que dentro, lo que nos hace olvidar una de las primeras máximas de la pedagogía educativa: un alumno disruptivo en la mayoría de las ocasiones es un alumno que se aburre (¿qué pasa con las nuevas tecnologías aplicadas a la educación?, me pregunto).
En tercer lugar, porque hay agentes involucrados en la educación que algo tendrían que decir: ¿qué papel juegan los valores religiosos tan cacareados por los obispos y demás meapilas en el entorno escolar? ¿de qué sirven?; ¿dónde está la inspección educativa, gran ausente de este problema?
Me da a mi que las pruebas de acceso a este “cuerpo de élite” (no hablo de los profesores de religión) de la educación pública no se ciñen al perfil que este cuerpo de educadores necesita.
No obstante, soy optimista. Mientras no llegue la sangre al río, y no creo que llegue, la verdad, me parece que efectivamente lo que está consiguiendo este clima de crispación es que los planes de convivencia se difundan, se den a conocer y se desarrollen. Ya hablaremos de ellos más adelante.