No es cierto que el instinto se oponga a la cultura; que a la naturaleza de las cosas y las personas tengamos que oponer necesariamente los aspectos sociales o aprendidos.
De las mujeres siempre se ha dicho que tienen un instinto maternal, dando así por supuesto que aquella que decidiera no tener hijos era una mala mujer, porque carecía de ese instinto. Así, sin apenas darnos cuenta, las generaciones anteriores nos colaron de rondón que lo importante era el aspecto biológico que garantiza la pervivencia de la especie humana, sin darnos cuenta de que tales afirmaciones no eran sino afirmaciones culturales, y que como tales, formaban parte de un modo particular de entender la vida, en un momento (social, económico, político, etc) determinado.
Adonde quiero llegar es a dejar claro que el instinto forma parte de la naturaleza de los animales, y que suele servir como mecanismo defensivo, para garantizar en un momento determinado (social, económico, etc) la supervivencia de los individuos de una especie, y que al cambiar los elementos de ese momento, el instinto cambia.
Los roles que adoptamos los individuos de la especie humana son tantos y tan complejos que no podemos delimitarlos a un instinto “tipo”.
Así, una mujer que tiene 8 hijos y los abandona, obligando a los Servicios Sociales del ayuntamiento a hacerse cargo de ellos, puede estar haciendo mucho más por la supervivencia de la especie humana, de sus 8 hijos y de ella misma, que otra mujer que decida tener 2 hijos y criarlos como si fueran parte de su propia anatomía.