Rajoy se ve a sí mismo levantando la bandera española en el campo de batalla español. Cuanta hipocresía hay que guardar para pedirle a los suyos que hagan gala de un símbolo que nos enfrenta a muchos españoles, al menos ideológicamente, desde hace años. Porque a mi ningún trapo de color me representará nunca, pero mucho menos la bandera bicolor española, que muestra la relación directa entre el régimen franquista y este sistema. La bandera española es la republicana, la otra se impuso a sangre y fuego.
Desde hace semanas pretende que ondee una bandera española allá donde quepa un mástil (con perdón). Y ahora hace un llamamiento a todos los españoles para que exhibamos con orgullo y la cabeza bien alta la seda con que en el 78 vistieron una mona cuarentona; “con franqueza”, para más INRI. Es patético este llamamiento público, nunca antes visto en un político de la oposición, que parece querer sacar votos de los vivos y de los muertos, con esa fea alusión a los féretros de los soldados muertos.
Pero ya nadie le hace caso, ni siquiera entre los suyos, que preparan la bicolor para amortajarlo a él el año que viene.
Ha estado muy flojo, sobre todo al final de sus charla “a lo juancarlos”. Primero porque con un “me llena de orgullo y satisfacción” se habría embolsado no pocas simpatías, que habrían llenado de banderitas monárquicas las solapas españolas, y de carcajadas muchos hogares. Segundo porque cuando termina diciendo “y yo me adelanto ya y digo a todos los españoles…” todos esperábamos un definitivo y sonoro “¡Arriba España!”, y se sale con no se qué de la fiesta nacional… y es que al final más parece un vendedor de banderitas que un político. ¡Qué va!, ni eso. Como la bandera que enarbola, Rajoy ya es solo una mueca.