Niños rezando

Es cierto que educar es como lanzar semillas a la tierra: quizás fructificarán, quizás no. Pero la labor es grata, al menos para los que nos gusta el campo y la jardinería, además de la educación.

Lo cierto es que no son buenos tiempos para la educación, ni tampoco para la jardinería ni el campo, en estas tierras de Murcia, semiáridas en muchos aspectos, inmersos como estamos en un sistema económico que ha convertido las otrora generosas y fructíferas semillas en moneda de cambio, estéril, al tener ciertas empresas monopolizada la capacidad de obtener semillas cuya estructura genética está manipulada para que solo germinen una vez, y haya que volver a comprar nuevas semillas cada vez que queremos obtener una planta. También el agua es escasa, porque el crecimiento urbanístico no está teniendo en cuenta a los que vivimos aquí, si no solo al negocio de unos pocos.

Vivimos desde hace años un cambio de modelo de sociedad (y también un cambio climático, pero ese es otro cantar) que engloba al modelo productivo, al modelo educativo y también al modelo de familia (entre otros). Algunos vemos con cierto desasosiego cómo la falta de inversión en la escuela pública está ayudando a establecer una diferencia entre ésta y la privada cada vez mayor, en lo que a recursos disponibles por las mismas se refiere. Esta es la razón por la que las escuelas gueto proliferan por doquier.

Ya no son esas escuelas minoritarias, para esa minoría de niños y niñas especiales. No. Ahora cualquier padre y madre se ve en la disyuntiva de elegir, o bien llevar a sus hijos a la escuela pública, que se caracteriza por una gran riqueza cultural y étnica, o bien inscribir a sus hijos en una escuela gueto: esa en la que todos los niños y niñas visten igual, tienen un origen socioeconómico similar, comen parecido, conocen los mismos juegos (de modernas maquinitas), viven en las misma zona (posh) y solo se relacionan entre ellos.

El gueto se instala en la escuela privada. Porque lo que yo digo es que el crecimiento del número de alumnos inmigrantes en nuestras aulas y la introducción de alumnado con necesidades educativas especiales (que trajo consigo la LOGSE), ha convertido las escuelas públicas en auténticas escuelas multiculturales. Aunque no haya habido un crecimiento proporcional, suficiente, en los recursos destinados a las mismas, con lo que éstas escuelas se mantienen con los mismos recursos de siempre y el tesón de los maestros y maestras.

Por el contrario, las escuelas privadas sí han visto incrementados sus recursos económicos(gracias a su doble financiación: pública y privada) en gran medida, pero no así el número de alumnos/as que provienen de otras culturas, con lo que el grado de homogeneidad de su alumnado contrasta con el de la escuela publica. En la privada la diversidad cultural se reduce a lo que aparece en los libros de texto. Poco más.

De este modo, la educación de los niños y niñas murcianas, en general, se está viendo comprometida doblemente: Primero, porque los recursos no se reparten con justicia, al ser las necesidades de la escuela pública y privada desiguales; Segundo, porque al perder un valor educativo de primer orden –la multiculturalidad– que forma parte hoy, y lo seguirá haciendo en el futuro, de las vidas de nuestros hijos e hijas, alumnos y alumnas, esta situación puede degenerar en desentendimientos y conflictos entre ciudadanos/as que comparten un mismo territorio, pero que no se conocen.

Confiemos en que seamos cada vez más los educadores que luchamos porque la privada, al igual que acabó aceptando en su día, mejor o peor, el reto de las aulas mixtas (niños y niñas juntos), y la coeducación, acabe aceptando la nueva realidad: Murcia es multicultural (marroquí, ecuatoriana, boliviana, polaca, inglesa, etc). También nuestras autoridades educativas tienen que comprometerse en esa lucha. La mayoría nos beneficiaríamos (quizás la iglesia católica, que tiene el 70 % de las escuelas privadas, no tanto).