El otro día nos juntamos cinco amigos que no nos veíamos desde hacía bastante tiempo: más de quince años sin ver a dos de ellos. A los otros dos los habré visto no más de una docena de veces en el mismo período de tiempo. Nos juntamos a cenar y lo pasamos en grande recordando nuestros años de instituto. Una de las historias que más gracia me hizo tiene como protagonista a la profesora de inglés llamando la atención a un compañero: “mira Javier – ella muy seria y solemne- la paciencia tiene un límite, y tú lo has sobrepasado. No vuelvas a entrar a clase hasta que no vengas acompañado de tu padre y tu madre”… y nosotros añadíamos luego: “y tu hermana, y tu tía, y tu abuelo, y tu vecino y el perro”.
Pero es cierto que casi todo tiene un límite en el ámbito educativo. Muchas veces se dice que uno de los problemas de la sociedad actual, que afecta a los niños en edad escolar, es que los padres y madres no son capaces de “poner límites” a sus hijos. En parte es verdad. Yo he vivido numerosas situaciones en las que me encuentro con madres (los padres, por norma, aún brillan por su ausencia) que no saben cómo manejar a sus hijos. Yo, sin ir más lejos, me encuentro en situaciones en que no sé si es más efectivo un palo en el culo que un abrazo cargado de cariño y paciencia. Y lo que es peor, muchas veces no sé cuando emplear el uno o el otro.
Hablando con Mercedes hemos llegado a la conclusión de que lo fundamental es que los críos sepan hasta donde pueden llegar, y no dejarles ir más allá. Mi experiencia en la educación tanto de mis hijos como de mis alumnos, me lleva a pensar que es necesario aplicar cierto sistema, y no salirse de él hasta encontrar otro sistema mejor, modificando el anterior en lo que sea necesario.
Hay situaciones en que a lo mejor necesitas emplear alternativamente dos sistemas para no saturar y así introducir cierta variedad. Pero sin aumentar demasiado el número de variables a emplear: es importante que los críos sepan siempre a qué atenerse. Una fórmula válida, porque la he utilizado en numerosas ocasiones y funciona, sería más o menos la siguiente (les he puesto título por aquello de la nemotécnica):
Límite Primero: Miel y Rosas
Límite Segundo: La Voz Cavernosa
Límite Tercero: El Chantaje Emocional
Límite Cuarto: Premios y Castigos
Límite Quinto: Bloqueos y Cachetes
Conviene subrayar la importancia de no saltarse ningún paso nosotros, y de la importancia que tiene que los críos aprendan que superar los límites no les sale gratis. Si bien los límites segundo, tercero y cuarto son intercambiables entre sí, no deberíamos alterar el orden porque sí, ni pasar del primero al quinto sin haber agotados los anteriores.
La verdad es que mis hijos han sobrepasado varias veces todos los límites. Pocas veces he llegado al “cachete educativo”, pero más de las que a mi me habría gustado. Sin entrar hoy a definir estos límites -ya lo haré más adelante- sí me gustaría aclarar tres aspectos diferentes del “cachete”:
1) Sigo sin ser partidario de emplear el “cachete educativo” en el entorno escolar.
2) Con mi hijo Miguel me he descubierto practicándolo en un sentido para mi antes desconocido que yo llamaría “de equilibrio emocional”, y que consiste en un golpeo sencillo, suave, en el culo, acompañado normalmente de un serio y contundente “vale” o “ya está bien” que le provoca el llanto y lo tranquiliza. No sé si es correcto desde el punto de vista pedagógico -seguramente no, no sé- pero, la verdad, a veces estoy tan seguro de que él lo busca…
3) Hasta que he tenido hijos, no diferenciaba entre el “cachete educativo” empleado con los hijos o con los niños en la escuela; ni tampoco en función de que los niños tengan 3, 6 o 12 años. Ahora establezco diferencias bastante claras en el empleo del “cachete educativo” depediendo de si hablamos de nuestros propios hijos y también (fundamentalmente) de su edad.