Tan importante como no saltarse el orden de ninguno de los límites a los que nos referimos -1: Miel y Rosas; 2: La Voz Cavernosa; 3: El Chantaje Emocional; 4: Bloqueos y Castigos varios; 5: El cachete Educativo, pasando del primero al quinto y solo cambiando de orden cuando esté justificado, es decir, tras reflexionar-, tan importante como esto, digo, es saber cambiar de un límite a otro cuando vemos que éste está agotado. Si, pongamos por caso, el niño quiere que le compres una chuche, e insiste e insiste, y no atiende a las llamadas de atención cariñosas y a las explicaciones rutinarias (Ej: Ahora no; no es el momento; no puede ser, que se te picarán las muelas, etc) ni a los desvíos de atención (¡mira que perrro más chulo!; ¡vamos a jugar a la pillá!, etc) y el niño/a berrea, no insistamos más, el límite primero ha sido sobrepasado: es el momento de pasar al segundo.
Límite Segundo: La Voz Cavernosa
Como regla general, a los niños/as hay que enseñarles a hablar y a escuchar apropiadamente. Para ello es fundamental, al principio, entre otras cosas, acostumbrar al niño a mirar a la cara de quien habla. Para esto hay dos modos: o bien, lo cogemos en brazos y nos lo acercamos a la cara para que nos mire directamente, o bien (y esto es lo más apropiado), nos agachamos hasta ponernos a su nivel, abrazándolo o agarrándolo con firmeza si hiciera falta (si no, no) y, pidiéndole por favor que nos mire a la cara, le decimos lo que le tengamos que decir.
Para que no le quepan dudas de que lo que le estamos diciendo es una verdad inamovible, deberíamos ser capaces de impostar un poco la voz para hacerla sonar lo más seria posible; de ahí lo de “cavernosa“. No se trata de gritar. Levantar la voz solo debe servir para llamar su atención al comienzo del discurso que le vamos a dirigir o para desahogarnos, que a veces es inevitable, pero de lo cual tampoco debemos abusar. Se trata de aprender a utilizar el tono de voz apropiado.
Una vez que hemos repetido varias veces este proceso, el niño/a saben perfectamente a qué atenerse cuando oyen ese tono de voz característico. Puede que no salga a la primera, pero tendremos oportunidades de sobra de conseguirlo. Ya no hará falta estar agachándose constantemente para ponernos a su nivel: con cruzar con ellos una mirada será suficiente.
Con el tiempo, deberemos ser capaces de modular el tono de voz para reprender diferentes acciones, según su gravedad o importancia: una petición inoportuna no es igual que un insulto, y ambas son diferentes de una acción peligrosa.
Las claves para que este límite no se sobrepase fácilmente son las siguientes:
Pocas palabras: Ahora no es el momento de repetir las explicaciones cariñosas del Límite anterior (Miel y Rosas): ¡ellos ya saben que no!. Usemos el imperativo sin compasión.
Consistencia: No nos precipitemos al tomar una decisión “con voz cavernosa”, usemos “Miel y Rosas” primero. Cuando ahora hemos dicho que no, es que no. Y será que no, mientras no cambien las circunstancias y los motivos aducidos. Ellos deben saberlo.
Coherencia: Si un progenitor o un educador dice que no a algo y otro dice que sí, en las mismas circunstancias, el niño nunca sabrá a qué atenerse. Es fundamental ponerse de acuerdo en cuestiones básicas o que se repiten a menudo.