(Curas y obispos abstenerse)
Por norma general, es un error acercarse a un niño o niña, que puede ser tu hijo, o tu sobrino, o tu nieto, o el hijo del vecino, y agarrarlo y levantarlo, y darle un abrazo en el aire como si de un muñeco se tratara.
Si queremos hacerlo correctamente habremos de ponernos a su altura, rodilla en tierra (o sentados en una silla), y abrazarlo con ternura, si se deja. De este modo, al situarnos a su altura, el abrazo adquiere sentido para el menor: puede liberarse del mismo o mostrar desagrado. Si lo agarramos y lo levantamos un metro del suelo, el crío se agarrará fuertemente, pero no por cariño, sino por acojone (“como me suelte este tío me mato”).
Además, de este modo les estamos enseñando a abrazar. Y es que luego ves a críos de 5 años “estrangulando” a abrazos en el cuello a otros más pequeños, intentando tirar hacia arriba, en lugar de estrechar contra sí mismos, a sus congéneres, como si la cantidad de cariño se demostrara en la distancia a que consigues colocar los pies de tu ser querido del suelo. Y no es eso.