Si a una cadena de TV se le ocurriese retransmitir a diario, varias muchas veces, una carrera de adolescentes en moto por las carreteras de Valencia, haciendo moviolas y repeticiones a camara lenta del momento en que uno se abre la cabeza contra el bordillo de la acera, le llovian tortas y multas hasta el aburrimiento.
Pero basta cambiar la moto por un toro y adosarle un San Fermin bendecido por el obispo para convertir un disparate en una tradición y a una panda de niñatos descerebrados en una horda de aguerridos mozos ensalzando una tradición que en estos dias es motivo de odgullo y honda satisfacción.