Hace una semana nació Julia. Junto con Nerea y Miguel ya somos familia numerosa. Habrá que ahorrar algo. Ahorrar es una palabra que deriva etimológicamente de la palabra árabe “hurr”, que quiere decir “libre”. Ahorrar consistía en la Edad Media en guardar dinero para pagarse la libertad. ¿Quiere esto decir que quien ahorra, como es mi caso, está buscando su libertad?; ¿está necesitado de ella? En parte sí, para qué negarlo. El dinero es importante en la vida, pero no garantiza una buena educación, que se supone que es lo que todo padre quiere para sus criaturas. Pero hay conceptos, ideas, que son gratuitos, y por estar al alcance de cualquiera pasan desapercibidos. El que hoy me apetece comentar es el del desarrollo moral, desde el punto de vista de la psicología educativa “de andar por casa”, que es la que a mi me interesa (como no existen las verdades absolutas animo a cualquiera a comentar lo que le parezca).
Y es que no es incompatible tener mucho dinero y educar a un perfecto imbécil, en el mejor de los casos, o a un sádico insaciable, en el peor; no me hagáis dar nombres… Seguro que más de uno de esos ejemplares que pululan por ahí fueron a colegios de pago y tuvieron tutores caros. ¿Garantiza esto que adquirieron desde su más tierna infancia un desarrollo moral equilibrado? A la vista está que no.
Las personas no nacemos con un código de conducta bajo el brazo, ni distinguimos lo que está bien de lo que está mal. Esta verdad que parece evidente pasa desapercibida para muchos padres, madres y educadores (en el más amplio de los sentidos) cuando el niño da sus primeros pasos. Mejor dicho: o bien pasa desapercibida, o bien carece de importancia para ellos, por lo visto. Estas letras, pues, le pueden interesar a quien sospecha que sí es importante el desarrollo moral de los niños y niñas.
Hasta los 6 años (aproximadamente, en función del desarrollo madurativo de cada persona: y las niñas antes que los niños, por norma general), nadie está en condiciones de distinguir lo que está bien de lo que está mal por sus propios medios. Pero después de los 6 años tampoco cualquier persona va a ser capaz de hacerlo porque sí, si antes no se la ha dotado de las herramientas morales adecuadas, si no conoce que su comportamiento tiene un límite.
A los 6 años la moral de los niños y niñas es heterónoma (lo contrario de autónoma), es decir, se construye con las normas impuestas desde fuera (esto no es opinión, esto es ciencia). Pero esta imposición de normas y valores a veces es explícita por parte de los educadores, y a veces no, permaneciendo oculta. Es decir, los adultos transmiten normas morales a los niños con su comportamiento (implícito), y no solo con su razonar (explícito).
Como el tema del comportamiento del educador es de mucha enjundia (ver Los límites en la educación) contentémonos hoy con hablar de las normas.
Al educador le sucede algo parecido a lo que le pasa al legislador: no se puede hacer una ley de todo y para todo: es imposible ponerle puertas al campo. Contentémonos entonces con seleccionar cuáles son las normas que en cada momento creemos urgentes y necesarias, y estructuremos a su alrededor las demás. Pero hagámoslo, coñe, que nadie lo va a hacer por nosotros.
Si un educador aclara, explica y razona, una norma que hay que cumplir, el educando sabe a qué atenerse, con lo que puede controlar su conducta, anticipando premios y castigos. Una vez asumida una norma y sus consecuencias, nunca antes, es cuando los educandos están en condiciones de romperlas y generar las suyas propias: esto es lo que se considera autonomía moral. Pero esto no suele suceder antes de la adolescencia.
Por eso es importante que los niños y niñas aprendan a respetar las normas. Esto solo se puede conseguir con grandes dosis de paciencia, cariño y respeto. No ahorremos en esto.
Paciencia, porque las etapas que deben atravesar los niños y niñas duran años. No se trata de evitar el incumplimiento de la norma. Se trata de que ellos mismos perciban los beneficios que trae consigo su cumplimiento. Jactarse delante del niño de lo malo que es no lo va ayudar en distinguir lo que está bien de lo que está mal, más bien al contrario. A no ser que lo que queramos sea conseguir que sea imbécil y piense: “yo soy malo, pero lo que está mal está bien”.
Cariño, porque el afecto nos iguala, es recíproco, o no es, y a los adultos nos sirve de brújula: si se pierde el cariño, algo está fallando. El cariño puede romper la barrera que la autoridad moral (la autonomía moral del adulto) establece entre educadores y educandos. Pero al árbol de cariño hay que aprender a trepar; si los acostumbramos a darles la fruta en la mano serán incapaces de dar cariño por sus propios medios (perdón por la metáfora).
Y respeto al desarrollo de cada individuo. Más rápido unas veces, más lento otras. Pero haciéndoles ver (sobre todo ver, literalmente, con los ojos) que las normas son iguales para todos. Ya tendrán tiempo en la adolescencia de aprender que eso no es así. No saltemos etapas ni adelantemos acontecimientos, que no es bueno para ellos ni para ellas.