El asunto de las creencias, de la fe, siempre me ha intrigado bastante. He leído últimamente que hay personas que no creen en el comunicado de la ETA, o que no creen a ETA cuando dice que ha dejado las armas definitivamente. Yo sí. No sé muy bien de dónde surge esta creencia mía, pero lo cierto es que creo con bastante firmeza que ETA, como tal, no va a volver a pegar tiros en la nuca ni a poner bombas lapa.
Hay quien cree en Dios. Ellos sabrán por qué, porque soy de los que piensan que probablemente no exista. ETA cuando decía que quería matar a alguien, le ponía ganas y en muchas ocasiones lo conseguía, o se quedaba cerca. Parece lógico pensar que si dice ahora que ya no lo va a volver a hacer, podamos creerlo.
En el PP las aguas vienen revueltas. Unos, los que se dicen moderados, pensaban que se iban a beneficiar del trabajo hecho desde el Ministerio del Interior e iban a recoger los frutos de un Pais Vasco sin ETA. Otros, los fundamentalistas, porque se les acaba el discurso del miedo al vasco. Mariano Rajoy, en medio, me recuerda un chiste que he leído en un libro de Paul Auster (“Viajes por el Scriptorum”, novela corta, muy curiosa).
Transcribo el chiste tal cual aparece en la página 168.

“Un individuo entra en un bar de Chicago a las cinco de la tarde y pide tres whiskies. No uno detrás de otro, sino tres a la vez. El camarero se queda un poco perplejo ante tan insólita petición, pero no dice nada y le sirve lo que le ha pedido: tres whiskies escoceses, colocados en fila sobre la barra. El cliente se los bebe uno tras otro, paga y se va. Al día siguiente, aparece de nuevo a las cinco y pide lo mismo. Tres whiskies a la vez. Y vuelve al otro día y al otro, y así durante dos semanas. Finalmente, el camarero no puede reprimir por más tiempo la curiosidad. No quisiera meterme donde no me llaman, le dice, pero lleva dos semanas viniendo por aquí y siempre me pide tres whiskies, y simplemente quisiera saber por qué. La gente los pide de uno en uno. Ah, contesta el cliente, la respuesta es muy sencilla. Tengo dos hermanos. Uno vive en Nueva York y el otro en San Francisco, y los tres estamos muy unidos. Para honrar nuestra amistad, entramos cada uno en un bar a las cinco de la tarde y pedimos tres whiskies, brindamos en silencio a la salud de los demás, y hacemos como si estuviéramos juntos en el mismo sitio. El camarero asiente con la cabeza, entendiendo por fin el motivo de tan extraño ritual, y se olvida de la cuestión. El asunto dura cuatro meses. El individuo va todos los días a las cinco de la tarde, y el camarero le sirve las tres copas. Entonces ocurre algo. El hombre se presenta una tarde a la hora acostumbrada, pero esta vez sólo pide dos whiskies. El camarero se queda preocupado, y al cabo de poco se arma de valor y dice: No quisiera entrometerme, pero lleva cuatro meses y medio viniendo aquí y siempre me ha pedido tres whiskies. Hoy me pide dos. Ya sé que no es asunto mío, pero confío en que no haya pasado nada malo en su familia. No ocurre nada, contesta el cliente, tan animado y alegre como siempre. ¿Qué sucede, entonces?, pregunta el camarero. Pues muy sencillo, contesta el cliente. Yo he dejado de beber.”

A muchos políticos les sucede lo mismo que a este cliente, son capaces de beberse el whisky de sus “hermanos” políticos, con tal de que la familia no se rompa. Y a veces, como en el caso del PP de Mariano con el asunto de la ETA, da risa: no se han hartado de despotricar contra ZP por su política “a favor de ETA” (sic) y ahora van a tener que gestionar su disolución: acercamiento, reducciones de condena, excarcelaciones, etc todo con el objetivo de dar por zanjado uno de los conflictos -entre otros- que nos ha dejado la sacrosanta transición española. Es de chiste, pero Mariano -si el cielo no lo impide- se va a tener que beber los whiskeys (y fumar los puros, todo sea dicho).