Canta Bunbury en una de sus canciones (“La chica triste que te hacía reir”):

“Que no me lleven al hospital
no es que desconfie
es que no me fio de la medicina occidental
que no me lleven al hospital
si ya me encuentro mejor.”

Y me viene al pelo. Y no porque a mi suegro le acaben de operar a cuenta de la Seguridad Social. No. En este caso la operación ha sido todo un éxito: le ha costado un riñón.
Lo digo porque el viernes de la semana pasada el que “sus” escribe y suscribe este apunte se puso casi de parto: un dolor de lumbares, que empezó como el que no quiere la cosa y me llevó a estar el sábado baldao sin poder moverme. Pedí hora a una famosísima osteópata cartagenera -no diré su nombre, pero mi cuñada sabe de quién hablo- que me dio cita para el lunes.
No recuerdo un despertar de domingo tan malo en mi vida. Criminal. Me desperté con un dolor tan agudo en las lumbares que no podía estar en la cama, y eran solo las 8 de la mañana. Lo peor es que tampoco me podía mover del dolor. Tras desayunar, me fui, a trancas y barrancas, para Urgencias.
En Urgencias una simpática médica leyó el “informe médico” (sic) que instantes antes yo le acababa de informar al administrativo de la puerta de Urgencias (mi amigo Salva, por cierto) y me recetó unos antiinflamatorios y otros engullibles y frotables para aliviar el dolor. Me preguntó entonces si es que yo había hecho algún ejercicio brusco, y le dije que sí, que un par de partidillos de fútbol entre cuarentones. Lo que viene a ser parecido a descargarse un camión de patatas, pero más divertido.
Cuando me iba a despedir se levantó y me puso un dedo sobre la zona lumbar, por aquello, supongo, de confirmar su diagnóstico (que era el mío, como ya he dicho).
El lunes a la hora en punto llego yo a la consulta de la afamada osteópata, antes referida (cuyo nombre seguiré manteniendo en el anonimato) y tras saludar a mi hermano me puse literalmente en sus manos (de ella). En pocos minutos, y tras escuchar amablemente (nuevamente) mi diagnóstico, ella ya sabía lo que me ocurría y, lo mejor de todo, como solucionarlo: la presión abdominal causada por mis malas digestiones navideñas, más que el esfuerzo físico (que yo me diagnosticaba sin parar), junto con una inflamación en la zona del diafragma por el atracón a fumar eran las causantes de mi dolor de lumbares. Efectivamente. Los estiramientos que hizo de mi columna vertebral durante una hora (o más) obraron gran parte del milagro. La otra parte vino el martes (solo daré algunas pistas, porque soy un hombre pudoroso), tras ir a la farmacia y luego salir del aseo. Entonces la mejoría ya era notable. El miércoles ya no quedaba rastro apenas del dolor tremendo de lumbares. Tan es así, que le mandé un mensaje al amigo Piñero para que contara conmigo (al 80 % le dije) de nuevo para el partido de todos los miércoles (fútbol 7), e incluso hoy jueves(por ayer) hemos hecho doblete (con el de futbito). Y estoy hecho un chaval.
Y llego a donde quería llegar. Hay mucho que mejorar en la sanidad pública. Vale que yo voy de listo, y me pasa lo que me pasa. Si yo le digo a la médica de Urgencias que no tengo ni idea de lo que me pasa pero que me duele las espalda como si me estuvieran matando, y que además quiero que me explore de arriba abajo, puede que ella me hubiera mandado unas radiografías para el mes que viene y que mientras tanto los analgésicos me hubieran permitido volver a trabajar y a sonreir. Pero no es plan, creo yo. Yo no soy un entendido en medicina, como acabo de dejar meridianamente claro: estaba convencido de que mi dolor era causado porque había cogido unos kilos de más y me estaban jodiendo las vértebras, por hacer un poco de ejercicio. Las Urgencias, como todo, pueden mejorar, sin duda. Yo recomendaría que introdujeran la figura del osteópata. Nos ahorraríamos unos cuantos goles al, por lo general, alto nivel de atención de la Seguridad Social española. Mientras esto no ocurre, les puedo recomendar una osteópata muy buena. Les aseguro que su trabajo no está pagado.