Sería maravilloso pensar en una sociedad en que avances tecnológicos y desarrollo social van de la mano, pero eso no es lo que está ocurriendo hoy. Al menos no está ocurriendo en un sentido directamente proporcional. La tecnología es útil sólo a las personas que se benefician de ella, solo a las que pueden costeársela. Tanto esto es así, que hemos llegado a aceptar que el hecho de poder costearnos una u otra tecnología es el objetivo en sí por el que luchar, por el que trabajar y por el que vivir. Y más aún, nuestro sistema económico no tiene sentido, se hunde, si falla el binomio “nueva tecnología-aumento de ventas”. Es decir, hemos pasado de una tecnología al servicio del proceso productivo, de su mejora, a una tecnología cuyo objetivo es existir, aumentar las ventas.

¿Es culpa de la tecnología el actual estado de cosas? No solo, pero sí, sin duda. No solo. Porque el origen de la tecnología es el origen mismo de la sociedad. Antropólogos y paleontólogos nos muestran de qué modo la sociedad ha ido evolucionando gracias a la nueva tecnología. Esta necesidad de crear artefactos nuevos, más útiles que los anteriores, o de crear nuevas formas de relacionarnos entre las personas, forma parte inseparable de nuestro ser social. Acabar con la tecnología como reivindicaban los sindicatos que se oponían a la mecanización de los talleres de montaje, o darle la espalda como hacen los cuáqueros y otros anarquistas, no acabó ni acabará con esa necesidad que podríamos llamar antropológica. Pero sí. Debemos ser conscientes de que oponerse al actual modelo de desarrollo económico pasa inexorablemente por políticas de decrecimiento. También de decrecimiento tecnológico. Decrecer no es volver a las cavernas. Decrecer es detener el desarrollo. En este caso del tumor que gobierna el mundo.

La tecnología es el nuevo “sueño americano”. En el anuncio de televisión, un amigo le pregunta al otro: “¿es ese el coche que te vas a comprar?“, y dice el otro mirando al portátil: “sí, y ¿sabes quién lo tiene?, nadie“. Veo luego que anuncian que acaban de “inventar” una nueva fruta, mezcla de fresquilla y paraguayo. Coincidencias de la vida, hace dos días criticábamos por aquí a Monsanto, y acaba de apoyar el golpe de estado en Paraguay. Adocenados por la fantasía de ser mejores personas gracias al nuevo móvil última generación, adolescentes van al instituto sin libros, pero con su sistema android en el bolsillo.

En mi colegio los sistemas informáticos y la tecnología de que disponemos es escasa y antigua. Ni qué decir tiene del acceso en muchas partes de África a la tecnología hídrica punta, como por ejemplo una bomba de agua.

No quiero con todo esto decir que los que coman paragüiyas y conduzcan un mercedes apoyan implicitamente golpes de estado en países latinoamericanos, atrasan la educación y matan de sed al planeta. Lo que critico es la actitud que caracteriza a ciertas personas, que son capaces de tener fe ciega en la ciencia y en la tecnología, aunque cada vez quede menos espacio a la duda de que siempre beneficia a unos pocos, y recogen las migajas los mismos. Con el agravante de que es muy cara para el bolsillo, y costosa para el medio ambiente, a más no poder.

¿Necesitamos una nueva fruta en la mesa cada fin de semana; un nuevo coche al año; cambiar el móvil aunque funcione el antiguo? Yo invertiría mucho más en justicia social y en educación que en tecnología. Pero esto es más difícil de hacer. ¡A ver si alguien inventa algo al respecto!