El Sr. Copépodo escribió el otro día en su blog un apunte de muy recomendable lectura y en el que comenta recientes descubrimientos en los cuales la investigación genética ha ayudado en la reconstrucción de las migraciones de osos pardos y osos polares en Norteamérica y ha resuelto (aparentemente) el misterio del análisis del gen de una población de osos pardos en una isla remota que resultaba ser más o menos oso polar según el cromosoma que se mirase.
Léanla, es una de esas historias curiosas y que bien podrían formar el guión de un capítulo de algún futuro episodio del Sherlock biológico. Inevitablemente me ha recordado una historia que se lleva contando mucho tiempo en ecología, cada vez que sale el tema del carácter detectivesco/investigador de las ciencias biológicas, y de como el conocimiento del medio ambiente puede ayudar a comprender y enlazar sucesos aparentemente inconexos.

Armenia pungens en Trafalgar

La historia (creo que no la he contado todavía por aquí, creo) narra cierta ocasión en la que Charles Darwin, sorprendido por la inusitada sobreabundancia de cierta especie de la flora litoral investigó y dedujo como el origen de esta abundancia estaba sorprendentemente ligado a los naufragios de barcos pesqueros en algunas islas británicas.

Según se cuenta, estaba Darwin especialmente intrigado sobre el motivo por el cual una pequeña planta relativamente común en la linea de costa se volvía extremadamente común conforme uno se acercaba a las aldeas de pescadores. Tras investigar la ecología de dicha planta descubrió como el éxito de estas poblaciones esta directamente relacionado los naufragios de barcos pesqueros, y más específicamente con las desgraciadas muertes de sus pescadores.

En las costas británicas los naufragios pesqueros con final trágico lejos de ser esporádicos eran tan terriblemente comunes que se había desarrollado extendida costumbre entre las mujeres de los malogrados pescadores de adoptar gatos como animales de compañía al llegar a la viudez.
Estos gatos de pueblo, mimados y mansos, se pasaban buen parte de su tiempo por los alrededores de las aldeas pesqueras acechando y cazando todo lo que se pusiera a su alcance, claro, ratones principalmente. Y en estos ecosistemas costeros uno de los platos preferidos de estos ratones lo componían unos abejorros especializados en polinizar las plantas que eran objeto de atención de Darwin. Al aumentar la población de abejorros como consecuencia de la presencia de gatos cazadores el éxito polinizador se disparaba, y una planta más o menos común pasaba a ser muy común como consecuencia de la viudez de las mujeres de pescadores.

Independientemente de la precisión de los que se cuenta, de que fuese Darwin ó no lo fuese, o de la especie de flora de que se trate, lo que se extrae de esta historia como de la genética de los osos que cuenta Copépodo es perfectamente válido y viene a demostrar hasta que punto las comunidades de organismos y sus poblaciones se encuentran interconectados en complejos ecosistemas que a duras penas llegamos a veces a comprender y por lo que la alteración de estos hábitats puede tener consecuencias aparentemente rocambolescas y sorprendentes, cuando no directamente desastrosas, no ya para el medio ambiente sino para nosotros mismos.

Una de las peores plagas que sufre la agricultura moderna se desarrolló irónicamente durante la puesta en práctica de unos los insecticidas más mortíferos y letales que hemos puesto a funcionar en la agricultura moderna (DDT) y lo que en los años 70 era apenas una plaga casi desconocida (la araña roja) se convirtió en la pesadilla de muchas explotaciones agrícolas.
En los últimos años los cazadores de Murcia ya no centran sus charlas en la caza de alimañas y rapaces y sobre las poblaciones de zorros que esquilman sus trofeos, no, una vez diezmadas las poblaciones de depredadores el problema es la mansedumbre de la perdiz roja y su falta de bravura. Resulta tan fácil cazarlas que aburre.
Desde hace años el número de medusas que amarga el veraneo a más de un ayuntamiento parece ir en aumento. ¿Exterminio de sus depredadores? pues probablemente sea más complejo que una ecuación tan simple como cazador-presa, y ahí es donde está el problema. En muchos sentidos nuestro conocimiento y nuestra intervención en el medio ambiente se basa no ya en el estudio, el conocimiento y el análisis sino en dar el martillazo y rezar para que no nos caiga un piano en la cabeza.
Hace cuatro días el gobierno autorizó la técnica de producción de gas/petróleo llamada fracking, consistente en inyectar a gran profundidad (3.000 – 4.000 mts) agua con productos químicos que fracturan la roca y liberan gases/petróleo. Los efectos inmediatos y directos ya son bien conocidos en países que los llevan practicando hace años y son muy evidentes: contaminación de acuíferos y movimientos sísmicos. Hay zonas en las que si arrimas un mechero a lo que sale del grifo de la cocina este entra en llamas ( youtube: Gasland )
Las consecuencias no-directas y no-evidentes pues probablemente no las conozcamos nunca, y con los recortes cada vez hay menos Darwin capaces de relacionar causa/efecto. Crucemos los dedos para que mañana no nos caiga un piano en la cabeza.