Cuando me paro a pensar en todas las personas que a cada minuto que pasa mueren de hambre casi todo me da igual.

Sé que este tipo de pensamientos no deben hacer que nos bloqueemos. Al fin y al cabo siempre han muerto personas, niños, niñas, mujeres y hombres de hambre en todas las partes del planeta y hasta aquí hemos llegado.

Pero es indudable que es la primera vez en la cortísima historia de este homínido que habla, en el que nos hemos convertido, que somos capaces de ver, de percibir claramente, que ese desastre, esta tragedia, es evitable. Y esta verdad me sobrecoge. ¿Por qué no lo evitamos? Quizá porque no podemos: como individuos no somos nada. Solo tenemos sentido y fuerza como colectivo. Y este colectivo al que pertenecemos tiene futuro, pero también tiene pasado, y es ese pasado el que nos lastra.

Lo primero que tendríamos que hacer es conocer bien ese lastre. Y luego librarnos de él.

Por la parte de la Historia (contada por los vencedores) que yo conozco, me inclino a pensar que el primer paso debe ser disuasorio: persuadirnos nosotros mismos de que el uso de la fuerza bruta alarga los problemas y los desordena, haciendo que seamos incapaces de discriminar lo prioritario de lo secundario.

En fin, que cada vez busco con más ahínco la ataraxía de los escépticos y de los epicúreos, aunque pocas veces la encuentro.