Me encantan las alcachofas. Esta es la razón de que recupere mi libro de recetas. Esa, y que espero contar con algo más de tiempo para escribir por aquí en las próximas semanas.
Las alcachofas me gustan de todas las maneras: crudas (cortadas muy, muy finas con limón, para ensalada), a la plancha, fritas, rebozadas… y la receta de hoy: hervidas, como las prepara mi madre.
Ni qué decir tiene que debemos pelarlas, quitando las hojas más duras, lavarlas y cortarlas, quitándoles las puntas y poniéndolas en cuartos o mitades en un cazo.
Le echamos entonces un majado de ajos y piñones, un poco de cebolla finamente cortada, un poco de pan rallado, un chorro de aceite y cubrimos con agua (perejil y pimienta opcional). Se ponen al fuego medio-bajo, de media hora a tres cuartos (o más, según la cantidad de alcachofas). Si el agua ha quedado justica, quedan deliciosas.
Es curioso lo que me decía mi padre este sábado sobre la planta de las alcachofas que yo desconocía por completo. Resulta que entre las diversas formas de reproducir la planta se encuentra una muy interesante: Al secarse la planta en verano, se arranca y se guarda entera. Y es que, aunque la planta parezca seca en el exterior, en su interior aún conserva la capacidad de regenerarse, durante un buen tiempo. A la hora de la plantación, se la trocea en esquejes, que darán cada uno una nueva planta.
Guardo una imagen en el recuerdo de una tarde de verano que al pasar junto a un campo me quedé alucinado del color lila brillante que desprendían las flores. En cuanto me acordé le pregunté a no recuerdo cuál de mis hermanos (porque los tres estudiaron capacitación agrícola) qué planta era esa que a mí me pareció desde el coche un cardo. Me aseguraron que no eran cardos, que eran alcachofas florecidas… Me dieron ganas de ir a echarle una foto; era precioso.
El año que me tocó trabajar en un colegio rural agrupado del campo de Cartagena, no pude reprimir la tentación de parar el coche a la salida del curro, en más de una ocasión, junto a una de las extensas plantaciones de alcaciles que hay por aquí y llenar una bolsa.
Los franceses dicen que el que tiene un corazón de alcachofa (coeur d’artichot) es voluble en el amor. Mi amor, sin embargo, es perenne. Y hacia las alcachofas también.