Si todo va como tiene que ir, en verano Mercedes, nuestros dos hijos (Nerea y Miguel) y yo formaremos familia numerosa: Mercedes dará a luz por tercera vez. Tras los primeros días de nerviosismo, una vez confirmadas las sospechas, toca empezar a replantear diferentes aspectos de la vida en familia y plantear algunos nuevos.
Medio en broma medio en serio, le digo a Mercedes que tenemos que hacer un PCC y un PEC -siglas por las que en el argot educativo se conoce al Proyecto Curricular de Centro (lo que podría ser el programa político que un centro educativo quiere realizar) y al Proyecto Educativo de Centro (lo que sería el documento que explica para qué y por qué se quiere realizar éste u otro PCC; sería como el “ideario” del centro). Y es que hay que ponerse de acuerdo en casi todo lo que compete a la educación de las personas. Sobre todo para ahorrar esfuerzos innecesarios, ser más consistente con los principios educativos que pretendemos y evitarles a los críos dolores (físicos, morales, etc) innecesarios.
También tenemos que abordar la compra de un nuevo vehículo (el Clio se queda corto) y la adaptación de la habitación “de la plancha” a dormitorio infantil.
Pero estos asuntos económicos no me interesan tanto por ahora como los otros. El hecho de ponernos seguir poniéndonos de acuerdo, Mercedes y yo, en aspectos de la educación de los críos, que pueden parecer triviales a primera vista pero que no lo son. Muchos educadores (padres y maestros) se las suelen apañar como mejor pueden, sin contar con nadie. Es un error. Ponerse de acuerdo los involucrados en la crianza, en cuantos más aspectos mejor, evita numerosos quebraderos de cabeza futuros. Esto obliga a buscar momentos de diálogo en los que apuntalar decisiones correctas, desprenderse de los errores, idear alternativas, etc. Esto es lo que pretendo plantear aquí a partir de ahora, y espero colaboraciones que nos ayuden a aclarar muchas incógnitas que aún quedan por resolver en el sinuoso y fantástico mundo de la crianza.