Puedo llegar a compartir los sentimientos (menos) y razonamientos (más) que hacen que una persona reprima de vez en cuando sus pulsiones sexuales. De alguna manera todos lo hemos hecho más de una vez, sobre todo en la adolescencia, cuando “la hormona” se te sube a la cabeza y solo puedes pensar en “lo único”. De acuerdo. Pensar en el sexo continuamente puede ser contraproducente muchas veces. Por ejemplo, sabemos, porque aparece en los medios de vez en cuando, que los deportistas de élite deben abstenerse de realizar prácticas sexuales para que su fuerza o su energía se conserve en buen estado antes de una competición. Algo parecido dicen que le sucede a los cantantes con su voz.
Pero eso es una cosa y otra andar diciéndole al personal que no forniquen a menos que sea para procrear, y que no usen el condón porque no libra del SIDA, como acaba de repetir en África, una vez más, Benedicto XVI (que eso es lo que se desprende de sus palabras, se ponga la COPE como se ponga). Solo falta que a la crisis económica que padecemos le sumemos la crisis sexual y la profiláctica. ¡Qué cabrones!
No nos engañemos: Benedicto pasará a los anales como uno de los papas más reaccionarios de la historia. No en vano perteneció a las juventudes hitlerianas. El que tuvo, retuvo.
No nos debe extrañar, además, porque las religiones en general, y la católica en particular, tienen gran parte de su razón de ser en el gobierno, en el control, de las pasiones humanas. Pero no es que no quieran que las personas den rienda suelta a sus pasiones; lo que quieren es que focalicen esas pasiones por los derroteros que a ellos les convienen: en la Semana Santa, sin ir más lejos.
Por eso no les molesta que se salga en procesión, se usen silicios, se predique la abstinencia y la procreación, se incrementen las arcas del Vaticano, se eduque en la segregación sexual, se condene al diferente, y se adorne el culto a la masculinidad de una liturgia apocalíptica y paternal. Lo que les molesta es que no sucumbamos a su moral y nos convirtamos, por la vía rápida, en unos reprimidos y en unos pecadores, que es lo que ellos quieren. Además de nuestro dinero.