Un artículo de Eduardo Grüner, que ha enlazado en el FB mi amigo Gabriel Navarro, me ha parecido muy interesante y me ha llevado a elaborar una idea que desde hace tiempo me ronda la cabeza.

Estoy muy de acuerdo con Eduardo Grüner citando a Sartre, cuando afirma que la izquierda implica una posición ética, pero que ello no es suficiente y que es necesario “hacerse político” en el sentido de elaborar alternativa, y no solo negar el sistema, si queremos realmente transformarlo.

¿Qué es más importante en la sustancia aristotélica la materia o la forma? ¿Qué es más importante desde el punto de vista político y de los intereses de la izquierda, la defensa de un programa, de una ideología, o de las personas que lo han de desarrollar?

Sin lugar a dudas ambas posiciones (que se resumen muchas veces en el manido debate: ¿votar programa o votar personas?, sin ser antagónicas, presentan problemas diferentes.
Quien confía plenamente en un programa, en una ideología determinada, al margen de la realidad, corre el riesgo de convertirse en un predicador en el desierto, anatemizando al personal que no comulga con su ideario. Al mismo tiempo, cierra los ojos hacia los hechos “accidentales” (verbigracia, que te imputen en tráfico de influencias), que no guardan relación con la sustancia política que él (y su líder espiritual) difunde, y es capaz de atacar para defender a “los suyos” como si de un legionario se tratara (con razón o sin ella), aunque al “legionario” en cuestión lo hayan pillado in fraganti.

Quien confía plenamente en una persona, el rey, el maestro, por lo que dice y por lo que hace corre el riesgo de idolatrarla y, por un camino diferente al sectario anterior, llegar al mismo lugar, y ser capaz de defenderla a capa y espada, aun sabiendo que está equivocada. Ni qué decir tiene que, si, por “accidente”, cae el rey en el campo de batalla, la batalla está perdida, y no hay manera de reemplazarlo. Estos mismos representantes del pueblo, hayan sido elegidos o no, corren el riesgo de acabar convertidos en tiranos, divos de la política, y creerse por encima del resto de los mortales, con el consiguiente añadido de que si no son buenos pedagogos, no dejan crecer nada a su alrededor (y su política excepcional -en el mejor de los casos- muere con ellos).

Es cierto que es necesario un programa de mínimos en torno al cual puedan sumarse voluntades (y si no que se lo digan a los indignados del 15-M, entre los que me cuento). Y también es cierto que hacen falta, de manera prioritaria, personas honestas que lideren los movimientos que están dando alternativas positivas (en su más amplia acepción) al sistema (como Sartre afirmaba). Mi apuesta, como es fácil de discernir, se encuentra en un punto intermedio y es el grupo de opinión. No confundir grupo de opinión con las “células comunistas”, en los que su razón de existir era todo un rosario de objetivos políticos y organizativos, ni con los grupos de presión, cuyos objetivos suelen permanecer ocultos.
En los grupos de opinión la amistad interna sustituye a la organización, por lo que el comportamiento individual se caractiza por altas dosis de simpatía (nada de empatía, simpatía, llamémosle a las cosas por su nombre). Si no existe esa simpatía o esa amistad, podemos buscar otro grupo de opinión con el que simpatizar, o bien forzar cambios internos, pero de otro modo el grupo no tiene sentido. Repito que lo sostiene estos grupos debe ser la amistad, sin ella, pretender cambiar lo que nos rodea se convierte en una tarea sacrificada y estéril. Esta amistad al servicio de la mejora de nuestro entorno vital debería descansar en altas dosis de sinceridad, y en un comportamiento respetuoso.

Se me podrá espetar que a ese grupo puede participar desde un flander violento (del JMJ) hasta un neonazi inofensivo preocupado por su estética. Pues sí. ¿Qué problema hay? Mejor que pertenezcan a un grupo de opinión en red que a una secta católica en la que el cura de turno les dice que posición adoptar (con perdón) o que guiados por su afán de salvar a la humanidad del caos y la barbarie se líen a tiros con el primero que pase.

Todos pertenecemos a distintos grupos de opinión. Internet, de hecho, lo ha facilitado. Lo que debemos manifestar es nuestra voluntad de que el grupo de opinión se pueda consolidar como elemento constitutivo de nuestra democracia (si es que esta existe). Ya, sé que suena a chino. Pero es que a mi lo oriental siempre me ha tirado bastante.