La polémica suscitada por el cierre de comedores escolares (y la reducción de bonos de comedor) no es nueva. Existe un plan preconcebido de deteriorar todo lo público para permitir que sea lo privado quien ocupe ese espacio, tanto en lo referente a la educación como a la sanidad, principalmente, pero también se reproduce en otros ámbitos.
Cuando se cierra el comedor escolar de la escuela pública se está asestando un golpe mortal a esa escuela pública, se está incendiando el monte para que de esas cenizas surja una escuela privada o concertada. Y las mayores perjudicadas son las familias con mayores necesidades (y por ende sus hijos)
Porque a cualquier padre o madre trabajadora que tenga que cubrir un horario laboral de mañana y tarde (o por turnos) siempre le va a venir mejor que su hijo/a se quede a comer en el centro escolar; que luego haga alguna actividad extraescolar; y ya pasar a recogerlo a las 5 o a las 6 de la tarde, a ser posible con los deberes hechos, que lo que sucede ahora, sin comedor escolar. Más aún si cabe, teniendo en cuenta los controles dietéticos que deben cumplir los cáterins, por malos que sean, y que hacen que el momento de la comida en el comedor escolar sea enriquecedor desde el punto de vista nutricional, y socializador.
¿Por qué entonces se cierran los comedores escolares? La respuesta recurrente es porque no son rentables. Pero es mentira. Si no fueran rentables nadie los pondría en marcha con su propio dinero, con dinero privado. Pero se ponen en marcha y funcionan, y miles de alumnos y alumnas comen a diario en comedores escolares, públicos (cada vez menos) y privados y concertados (cada vez más).
Podemos discutir, eso sí, el concepto de rentabilidad que cada cual maneje (y ya de paso qué es lo que entendemos por calidad en la educación).
Si por rentabilidad queremos decir que las familias vía impuestos paguen una educación pública que luego no van a disfrutar por ser deficiente y van a tener que dejarse su dinero en la educación privada (o concertada), más dotada de fondos, pues vale. Es un modelo similar al del copago repago farmaceútico.
Pero lo cierto es que la necesidad del comedor escolar está fuera de toda dudas, sobre todo en grandes ciudades, donde los centros escolares son más grandes y donde es más difícil que los padres y madres trabajadoras combinen horario laboral y vida familiar (incluso aunque no fueran “rentables”, al modo neoliberal).
Ahora se puede objetar, es cierto, que con tanto paro como hay es fácil que al menos uno de los progenitores (en el caso de que la pareja exista, vivan juntos o no) disponga de tiempo para hacerse cargo del pupilo a la hora de comer. Pero hay que ser retorcido para vender como positivo las consecuencias de una situación deplorable como no tener trabajo con el que ganar dinero.
Para terminar, decir que es cierto que hay padres que siguen viendo en la educación privada un medio por el que segregar a sus hijos de “la morralla” (sic) que puebla la pública, en la creencia de que la excelencia en educación siempre es onerosa. Allá ellos y sus ínfulas, son de poco provecho.