Hace unos años tuve que acudir a la consulta del médico por unos ardores en el epigastrio, conocido comúnmente por “la boca del estómago”. El médico me dijo que entre las distintas medidas a adoptar estaba la de levantar unos dedos la cama por el lado del cabecero. A los pocos días caí en la cuenta: los ardores me los estaba provocando yo mismo por una costumbre poco saludable de tumbarme en el sofá después de comer y colocar las piernas encima de uno de sus brazos (al ser de dos plazas no cabía yo entero). Efectivamente. Fue dejar de hacer la siesta con las piernas levantadas, y al poco desaparecieron los dolores y ardores. ¿Tonto? Pues sí. Recordé entonces una de las principales sentencias de mi hermano Fidel -programador informático- cuando yo le venía con cualquier “cuento” del ordenador: “lo primero, mira el hardware”. Y cuando acudía a mi casa él apretaba algunos cables y, en la mayor parte de las ocasiones, lo solucionaba sin tener que tocar el software.
Ayer me ocurrió algo parecido con una dolencia en la muñeca izquierda que arrastro desde hace meses. Ocurrió, como casi siempre ocurre, cuando estoy a punto de dormirme. Es en esos momentos de relajación que pasan por tu cabeza mil asuntos del día, o de días anteriores, intentando quedarte dormido con el batiburrillo que producen en tu cabeza. Pues de pronto lo vi clarísimo. Al girar para tumbarme bocabajo y dejar a la corriente de la ventana la espalda sudada me percaté de un gesto natural que realizo sin darme cuenta, consistente en apoyar el brazo, concretamente la muñeca, en el borde de madera de la cama (canapé) que hace de somier. “Joder” -pensé-, “¿cómo soy tan burro?” o algo parecido. Inmediatamente coloqué el brazo junto al cuerpo y noté los beneficios de este gesto sobre mi muñeca. Luego recordé por qué durante los quince días de veraneo en La Azohía mi muñeca no me había dolido apenas: la cama era de somier de hierro, sin borde donde colocar el brazo.
En resumen, que al que le duela algo, que piense primero en el hardware de su cotidianeidad o más tarde o más temprano acabará en manos de un cirujano con cinta aislante en las gafas que le apretará los cables que uno mismo no ha sabido poner en su sitio o, lo que es peor, le destripará el sofware para ver qué sucede por dentro.