No llamábamos «software libre» a nuestro software porque el término no existía todavía; pero era exactamente eso. Cuando alguien de otra universidad o de otra empresa quería instalar y utilizar un programa, se lo prestábamos de buen grado. Si descubrías a alguien utilizando un programa poco habitual e interesante, siempre podías preguntarle por el código fuente, leerlo, modificarlo o canibalizar partes de él para montar un programa nuevo.

El uso de la palabra «hacker» para definir al «que rompe sistemas de seguridad» es una confusión promovida por los medios de masas. Nosotros, los hackers, nos negamos a reconocer esta acepción y seguimos utilizando este término para describir a «alguien que ama la programación y disfruta explorando nuevas posibilidades»

La situación cambió drásticamente a principios de los años ochenta, con la desaparición de la comunidad hacker del AI Lab, seguida de la desaparición del ordenador PDP-10.
En 1981, la empresa pionera Symbolics contrató a casi todos los hackers del AI Lab, y nuestra diezmada comunidad fue incapaz de sobrevivir. (En el libro Hackers, Stephen Levy describe estos acontecimientos, a la vez que nos proporciona un panorama bastante preciso de lo que fue la época dorada de esta comunidad). Cuando el AI Lab compró un nuevo PDP 10 en 1982, sus administradores decidieron usar un sistema de Digital de tiempo compartido no libre en lugar del ITS en la nueva máquina.

Poco después, Digital dejó de fabricar la serie PDP-10. Su arquitectura elegante y
poderosa de los años sesenta no podía adaptarse de forma natural a los grandes espacios de direccionamiento característicos de los años ochenta. Lo cual explica que casi todos los programas que integraban el sistema ITS resultaran obsoletos. De esa manera se enterraba definitivamente al ITS: quince años de trabajo tirados por la borda
Los modernos ordenadores de la época, como el VAX o el 68020, contaban con su propio sistema operativo, pero ninguno utilizaba software libre. Había que firmar un acuerdo de confidencialidad incluso para obtener una copia ejecutable.

Todo ello significaba que antes de poder utilizar un ordenador tenías que prometer
no ayudar a tu vecino. Quedaban así prohibidas las comunidades cooperativas. Los titulares de software propietario establecieron la siguiente norma: «Si compartes con tu vecino, te conviertes en un pirata. Si quieres hacer algún cambio, tendrás que rogárnoslo».

(estracto del libro “Software libre para una sociedad libre” de Richard M Stallman)